miércoles, 12 de octubre de 2016

A ese imbécil

De las infidelidades, la que más duele es la que cometí conmigo misma, porque te puse a ti antes que a mí; Te di el lugar que me correspondía; Todo lo que te di merecía dármelo antes que dártelo a ti, pero no lo hice así.

Te di mi tiempo, sin excusas. Te di mi apoyo, sin pretextos. Me reservé todo eso que no querías divulgar, para "proteger tu privacidad y la mía". Me aguanté tus horarios de trabajo, tus reuniones de oficina hasta la madrugada y todas esas veces que me dejaste esperándote con la cena lista.


Te cuidé cuando no podías dormir y cuando estuviste enfermo, aunque estuviera enferma también yo y a mí me llevara la tristeza. Te abrí las puertas de mi casa y mi corazón. Te convertiste en mi vida, me apagué por ti. Me tragué tus manipulaciones y tus chantajes. "Si te molesta esto o aquello de mí, mejor te dejo, para que seas feliz", decías, y arrastré patéticamente mi dignidad para que te quedaras.


Me engañaste porque me engañé primero. Me mentiste porque yo me mentí primero. Me apuñalaste porque la primera en desarmarse fui yo. Me esclavizaste porque sola me puse los grilletes. Traicionaste mi confianza porque primero la traicioné yo.


Y todo te lo agradezco, porque me hiciste creer en la desconfianza, en la hipocresía; Me demostraste que la doble vida es real, es posible y sostenible por largos periodos de tiempo. Me enseñaste que el sexto sentido es más confiable que lo que los ojos ven y los oídos escuchan; Que el que quiere, puede; Que el amor se hace notar, no se pone antifaz ni echa en cara la ayuda que brinda.


Gracias por todo, especialmente por tus patrañas. Me he gozado desenredándolas una a una y dándoles con ellas respuesta a esas interrogantes que dejaste un día. Que disfrutés del infierno que vos mismo estás construyendo porque yo, seguramente, me daré gusto viéndote arder en él. Que la muerte no te llegue pronto, ese es mi único deseo.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Madeleine se quiere morir.

Madeleine trabaja todos los días haciendo algo que le gusta pero un día, de pronto, deja de sentirle sabor al trabajo; Le pesa, le hastía. Ayer le gustaba mucho, hoy ya no.

Últimamente ha subido de peso, así que ha decidido ponerse en un régimen para bajar esas libras de más. No va a cenar esta noche pero en un abrir y cerrar de ojos, se encuentra atracándose de comida. No consigue detenerse.

Aunque no tiene muchos amigos, tiene muy buenos amigos. Hace varios días dejó de verlos porque no se sentía animada para socializar. Cree que no es bueno estar tanto tiempo lejos, así que decide visitarlos. Sus amigos son grandiosos y la pasan muy bien, pero en un segundo algo ocupa su pensamiento y es incapaz de disfrutar de su compañía. Está desesperada, no sabe por qué; Se quiere ir.

Mientras está acostada en su cama, el reloj de Madeleine avanza lentamente. Es de noche, quiere dormir. Apaga las luces, cierra los ojos, pero Madeleine no puede conciliar el sueño: su cerebro no deja de trabajar. Piensa en todo y en nada. Se distrae con tal facilidad que si se pone a contar ovejas, termina confeccionando suéteres. Se agota. Se irrita. Madeleine se queda dormida finalmente alrededor de las 3:30 a.m. Su despertador suena a las 5:30 a.m.: hora de levantarse para ir a trabajar.

A Madeleine la aburre la rutina pero se aturde cuando no tiene un plan específico de trabajo. Detesta las cosas prefabricadas pero sufre cuando no están bajo un perfecto control. Madeleine odia la oficina y su monotonía pero se desubica cuando no está ahí.

La socialización no es lo de Madeleine. Les rehuye a las fiestas y reuniones; Cuando la invitan, misteriosamente se enferma, le surgen parientes que no conocía o la carga de trabajo es terriblemente inusual. Miente. Madeleine no se siente cómoda con los demás.

La soledad está consumiéndola. Madeleine no tiene pareja sentimental. Su vida amorosa es inestable y sus relaciones, cortas, fugaces. Madeleine siente mucho, muy pronto y muy intenso. Y así como quiere, así le duele la ruptura. No más rupturas, se dice, no más amores. Pero Madeleine se siente sola. Siente que quiere tener alguien a quién amar.

Lo tiene todo. Madeleine tiene una carrera, un buen trabajo, una familia unida, buenos amigos, comodidad y tranquilidad. Pero Madeleine no es feliz. Madeleine es infinitamente infeliz. Madeleine se siente vacía, siente la vida insípida; Todo lo ve gris. Está en un limbo, en un universo paralelo al de los demás, incapaz de reír genuinamente. Ya ni llorar le alivia el dolor que surge de sus entrañas, sin razón aparente. La única justificación para su pena: existir.

Madeleine se quiere morir. Madeleine no entiende por qué vino al mundo; Un mundo que odia, al que no pidió nacer. Madeleine encuentra fútiles todos los ánimos y consejos que le dan. Madeleine no quiere encontrarle sentido a nada, cree que es una pérdida de energías. Para ella, nada tiene sentido, todo es un error. Un error que suma años, un error que empezó con su concepción. Madeleine se quiere morir.

Madeleine sabe que el infierno está surgiendo de nuevo. Madeleine entra en crisis.


martes, 30 de agosto de 2016

Quiero un hombre que mienta

Quiero un hombre que mienta, que se equivoque. Quiero un hombre que a veces me oculte la verdad, que olvide decirme las cosas. Quiero un hombre que no recuerde mi cumpleaños ni el de mi madre. Quiero un hombre que sea un idiota y que esté a punto de perderme. Quiero un hombre que no sepa qué hacer. Quiero un hombre que meta la pata y se angustie. Quiero un hombre que no sepa cómo llegar a su destino. Quiero un hombre que pida opinión de otros porque no sabe si está bien. Quiero un hombre que me haga llorar.

Quiero un hombre perfecto.

Porque estoy cansada de esos que no aceptan que mintieron, que se equivocaron; estoy harta de los que defienden sus malos engaños, que juran que me lo contaron todo. Estoy hastiada de los hombres que dicen que estaban ocupadísimos y por eso no pudieron llamarme por mi cumpleaños ni reconozcan que el cumpleaños de mi madre les tiene sin cuidado. Ya no quiero otro hombre que crea que tiene la razón y que asuma que estaré siempre ahí, con él. Me cansé de los sabelotodo. No aguanto a otro que crea que todo lo hace bien y le valga madre estar cagándose en lo nuestro. No puedo con otro que me lleve a tarde a mi cita porque siente que pierde la virilidad al preguntar cómo llegar porque está perdido. Me tienen asqueada esos que consideran su criterio por mucho superior y no les importa la opinión de los demás. Porque ya estoy enferma de que me hagan sentir que si me lastimaron la culpa es mía por tomarme a pecho sus desprecios, sus mentiras, su desinterés y sus insensibilidades.

Sí, quiero un hombre perfecto, de esos que reconocen que son humanos y también yerran.

sábado, 14 de mayo de 2016

La culpa es mía

La historia viene así: la culpa es mía.  Sí, la culpa es mía, como siempre.  Ser un superhéroe, el tipo más guapo del mundo, el más dulce y el más encantador no son cualidades suyas sino mías; mías porque las inventé yo.

Es un hombre cualquiera, un laborioso mosaico de defectos.  Lleno de imperfecciones físicas, de malas costumbres y de banalidades a su modo; para nada el caballero ideal.  Yo soy mil cosas hermosas, menos su sueño de mujer.  Pero eso no lo sabe mi terquedad, porque para ella soy esa única en la que él fija su mirada.  Soy todo lo que él puede desear para sí: independiente, trabajadora, soñadora, delicada, servicial y amante de la vida hogareña.  Sé que soy su perfecta porque así me lo he creído yo.

* * *

No me lo ha dicho pero sé que me quiere, puedo verlo en sus ojos.  Hace mucho no los veo pero seguramente ha de verse en ellos lo mucho que me quiere.  No se lo he preguntado pero no dudo que sea yo esa en quien piensa antes de dormir y lo primero que tiene en mente al despertar.  Lo sé porque a mí me pasa igual.

Le pedí que se case conmigo.  Rió a carcajadas; fueron los nervios, estoy segura, él nunca se burlaría de mí.  No me ha dicho que sí pero no voy a presionarlo, sé que no es fácil aceptar que una mujer como yo quiera contigo algo más que sexo.  Además, él me adora, ¿verdad?

Lo sé cuando le pregunto cómo está.  Leo en sus mensajes una sonrisa encantadora que esboza su boca con cada texto que le envío.  Cuando dice “bien :)” sé que es especial, no a cualquiera le mandan emojis al decir que están bien, ¿no es así?  Lo sé, para mí también es único.

En su vida no hay otra, no me cabe la menor duda.  Si hubiera otra, no me respondería; lo sabría cuando sus mensajes no lleguen a tiempo o cuando publique una foto sin antes dejármela mirar.  Sólo a mí me quiere, estoy convencida, porque si quisiera a otra pasaría largo tiempo sin hablarme.  O sea, lo hace ahora pero luego me confiesa que se ha quedado dormido o que olvidó su celular.

Es perfecto, es el mejor.  Es el más atento.  Si no me ha dicho lo que siente no es porque no sienta, es porque lo abruma tanto sentir.  Si todavía no me confiesa que me ama es porque sabe el compromiso que asumiría y no está listo para el rechazo.  Claro, no lo rechazaría, no sé ni por qué lo consideraría una posibilidad.

* * *

Hoy noté que me mentía.  No, él no; me mentía yo, a mí.  Me mentía cuando creía que él me pensaba, que se enamoraba de mí cada día, que cada día me veía más hermosa y que en nadie se fijaba más que en mí.  ¡Qué mentira!  Pero la única mentirosa soy yo, porque sin querer me inventé un mundo de fantasía donde tanto como lo quería, él me correspondía.

viernes, 8 de enero de 2016

Perdóname la espera

Anoche soñé contigo. Soñé que te esperaba, como siempre. Soñé que me ponías excusas, como siempre.

Te soñé, siempre tan apuesto. 
Fui a buscarte, te dejé una nota, te mandé un mensaje, aguardé por ti en una esquina por la que sabía que pasarías.
Te esperaba.
Sabías que estaría ahí, te desviaste. Viste mi mensaje, lo ignoraste. Con la nota hiciste una pelota que atinaste a encestar en el botecito de los lapiceros de tu compañera, la que te agrada tanto; es linda, lo sé.

Te esperé esa tarde y la siguiente. Te esperé muchas noches, todas.
Te esperé con comida porque pensaba que estarías hambriento.
Te esperé vestida y a veces me desvestí, pensando que así vendrías.
Te esperaba en el balcón para verte llegar y no hacerte esperar cuando llamaras a la puerta.

Te esperé ese sábado que prometiste venir y no viniste. Y el domingo, el día que habías reservado para mí, y te dormiste, no viniste. Pero te esperé.
Te esperé esa mañana cuando tus problemas te retuvieron, olvidaste decírmelo y pasé sentada en la banqueta, arreglada tan linda para deslumbrarte porque pensé que te gustaría verme así.

También soñé a ese amigo, el del 5, al que veo cuando te espero. Pero esta vez él me vio, me sonrió, me ruborizó y le sonreí. Me preguntó por ti y fue entonces que noté que se me habían acabado las justificaciones en tu nombre. Con voz bajita le dije que nada más tomaba el aire... y me sonrió, sin excusas.

En ese momento me di cuenta de cuán egoísta había sido, cuán injusta contigo. Yo tan exigente, pidiéndote dos minutos de tu mañana o un buenas-noches por el celular; tan inconsciente como si tú no tuvieras una vida y suficientes quehaceres para preocuparte de mi necesidad de ti. Egoísta, esperando que me dieras las sobras de tu tiempo cuando te diera la gana, porque yo te daba hasta mi hálito de vida si hubiera hecho falta, pero te esperaba y eso es egoísta.

Perdóname la injusticia, porque tu tiempo vale tanto que ni todo lo que yo podía darte compensaba esos segundos que añoraba.
Perdóname la ofensa, el reclamo, la súplica; perdónamelo todo, porque fui arrogante con tanto esperarte y presionarte por verte un momento, porque me daba la gana estar contigo cuando tú, por tu parte, tenías tanto qué hacer.

Anoche te soñé y comprendí que no debo esperar.
Al final, cada tarde veré la sonrisa del caballero del 5 que aunque no sea mío me sonríe.
A él no lo espero y siempre llega. Me sonríe, le sonrío.
No es por mí pero siempre llega y no lo espero.
Anoche te soñé pero también lo soñé a él.

Hoy, amor que creí mío, ya no te espero.