jueves, 18 de agosto de 2011

El encanto de dos


La tarde brumosa comienza a opacarse. La luz del sol se esconde, ruborizada, detrás de las montañas. Las nubes traviesas se inclinan a jugar, desafiando el gris de la llamada vespertina. Todo es tan monótono, todo es tan absurdo, todo es tan normal.

Dos están sentados, a merced del frígido viento que se pasea con prisa entre los árboles. Conversan, se miran, sonríen y se aman sin decirlo. Se consumen los minutos de luz mientras las palabras, llenas de inteligencia y bondad, afloran de los labios en cada frase que se hace sonar. De pronto el tema cambia, se vuelven cálidas las respuestas. Cada vez más silencios entre frase y frase. Un silencio prolongado. No más palabras.

Las flores del campo se cierran, preparan sus hojas al descanso nocturno. La vida se apaga lentamente, esperando el alba. Comienza el recorrido de la luna, pausado y delicado, como el andar de las horas. Los insectos nocturnos dan su concierto, esperando a las estrellas para hacerlas canción.

Silencio. Suenan los habitantes de la oscuridad pero el momento es aislado. Ellos; ella y él. El latir armónico de dos corazones eriza la piel. Están allí, están juntos, están solos. Más tiempo calladas las voces, más fuerte gritando los sentimientos. No se resignan a perder ese halo que envuelve la mirada de uno perdida en la del otro. Es hermoso, eterno.

Millones de pequeñas lucecitas inundan el firmamento, platican y ríen mientras la luna continúa llamándolas estrellas. El aire se enrarece de pronto: algo está por suceder.

Sus labios se tocan y el tiempo se detiene. Todo el universo se congela en ese instante para ver lo que acontece. El bosque se llena de magia. El río que corre en el pequeño cañón aplaude con sus aguas. El beso termina, abren sus ojos y se ven tiernamente. Ella sonríe, enamorada. Él sonríe y no sabe por qué, sólo sabe que es feliz: ella está a su lado.

Fin.

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