viernes, 26 de agosto de 2011

La libertad de un cautivo


Sus muñecas marcadas con bandas azul violeta, memorias que día a día deja el metal en la piel delgada que sólo se encarga de cubrir sus huesos cansados. Sus piernas, débiles hasta el extremo, apenas alcanzan a sostener el ligero peso que la inanición de tanto tiempo ha causado en su cuerpo.
Desfallecen ya sus ojos, casi se niegan a distinguir las formas que le rodean. Alza la mirada, todo sigue igual. Desde los gritos de los más pequeños hasta los gemidos de los blancos cabellos, todos sufren. Es angustia y es dolor su pan diario.

Cada amanecer es lo mismo: golpes, alaridos, llantos y silencio sepulcral, roto solamente por el tintinar de las cadenas al chocar. Todos se mueven como guiados por una fuerza superior que, en medio de tanta fragilidad y extenuación, les da el valor para el siguiente paso que haya que dar.
Muchos no resisten, muchos se han quedado y muchos más se quedarán.
Se juntan luna con luna, sol con sol, nunca saldrá de ahí, se lo repite mientras evoca los recuerdos de una dulce pero muy lejana infancia. Otro día, otro sufrir. Dolor y más dolor.

Esta mañana parece no ser diferente, todo en el mismo lugar. Las voces que gritan para hacerles levantar, los chasquidos del látigo sobre la espalda del algún desdichado anciano que ya no terminará el día, los llantos amargos de los jóvenes muchachos que en la vida no han conocido más caricia que el del frío y húmedo suelo de los establo a medias donde los encierran, cuales animales. La misma hora, el mismo frío, la misma hambre y la misma sed.
Las memorias le visitan, como siempre, es lo único que logra hacerle sonreír. Cuenta con los dedos de las manos quién sabe qué. Pierde su mirada en el horizonte, lleno de sembradíos y arenas rojas. Pero entre tanto divagar por las remembranzas, de pronto recapacita en un detalle que ha pasado desapercibido tantos años.

Allá lejos en el tiempo, muchos años quizás, el abuelo le hizo aprender una lección que no debía olvidar:

“Recuerda que habrá días de alegría y días de dolor, épocas de abundancia y de escasez. No siempre será todo risas. Hay pueblos más grandes y poderosos que se empeñan en ganar nuestro servicio y honor. No te confíes de nadie y lucha siempre por el bien.
Si te ataran con lazos irrompibles, tu cuerpo aprisionan, pero es tu alma una alondra que nadie tiene potestad de esclavizar, acaso seas tú. Déjala volar, sin importar las condiciones, déjala vivir. Si la encierras, nadie puede rescatarte ya. Perpetúa en tu corazón estas palabras, quizá alguna vez las necesites y no esté más contigo.”

Mientras arrastra los pies entre el montón de seres escuálidos, los detalles de esa charla reviven en su mente. Entonces comprende que no es esclavo. No puede decidir a dónde ir o qué comer, pero aún no han acallado el grito de su voluntad para afrontar la realidad con dignidad, sin perder la esperanza. Flagelan su carne pero fortalecen su espíritu. Con cada patada sólo refuerzan la decisión de no dejarse vencer. Ellos apagan la voz de su garganta, pero jamás podrán controlar su conciencia ni el brío de su personalidad. Todavía sabe amar, todavía sabe perdonar, no ha olvidado cómo sonreír ni como derramar su alma en llanto. Él es dueño de su felicidad y escoge dejarse caer o seguir levantándose. Sigue sabiendo elegir el bien o el mal.

Es otro artículo más para la venta en el mercado de siervos, pero ni matando su cuerpo podrán someter su libertad. ¡Es libre, es libre! Lo acaba de recordar.

jueves, 18 de agosto de 2011

El encanto de dos


La tarde brumosa comienza a opacarse. La luz del sol se esconde, ruborizada, detrás de las montañas. Las nubes traviesas se inclinan a jugar, desafiando el gris de la llamada vespertina. Todo es tan monótono, todo es tan absurdo, todo es tan normal.

Dos están sentados, a merced del frígido viento que se pasea con prisa entre los árboles. Conversan, se miran, sonríen y se aman sin decirlo. Se consumen los minutos de luz mientras las palabras, llenas de inteligencia y bondad, afloran de los labios en cada frase que se hace sonar. De pronto el tema cambia, se vuelven cálidas las respuestas. Cada vez más silencios entre frase y frase. Un silencio prolongado. No más palabras.

Las flores del campo se cierran, preparan sus hojas al descanso nocturno. La vida se apaga lentamente, esperando el alba. Comienza el recorrido de la luna, pausado y delicado, como el andar de las horas. Los insectos nocturnos dan su concierto, esperando a las estrellas para hacerlas canción.

Silencio. Suenan los habitantes de la oscuridad pero el momento es aislado. Ellos; ella y él. El latir armónico de dos corazones eriza la piel. Están allí, están juntos, están solos. Más tiempo calladas las voces, más fuerte gritando los sentimientos. No se resignan a perder ese halo que envuelve la mirada de uno perdida en la del otro. Es hermoso, eterno.

Millones de pequeñas lucecitas inundan el firmamento, platican y ríen mientras la luna continúa llamándolas estrellas. El aire se enrarece de pronto: algo está por suceder.

Sus labios se tocan y el tiempo se detiene. Todo el universo se congela en ese instante para ver lo que acontece. El bosque se llena de magia. El río que corre en el pequeño cañón aplaude con sus aguas. El beso termina, abren sus ojos y se ven tiernamente. Ella sonríe, enamorada. Él sonríe y no sabe por qué, sólo sabe que es feliz: ella está a su lado.

Fin.