viernes, 29 de junio de 2012

Ilusiones muertas

Me gusta enterrar las ilusiones como XX, sin nombre, por si alguien vuelve y quiere sacarlas; que no sepa dónde está esa que busca, que me pregunte y yo no pueda responder.


Me gusta dejarlas morir lento, apagarles el grito. Apretarles fuerte el cuello con mis manos, con las mismas que un día trataron de hacerlas realidad.
Me gusta dejarlas así, expirar como si nada, podrirse como si para eso hubiesen nacido. Con normalidad, fresca y mansa.


¿Que si no luché por ellas? Claro, las sostuve cuando los demás las asaeteaban. Yo las tomé en mis brazos y las arrastré para sanarlas. Curé cada agujero que les dejaron, cerré con cuidado cada herida. Las levanté de nuevo y las puse a caminar.
Entonces, en el momento preciso, descubrí que no llegarían lejos y me desviarían de la realidad. Entonces, sólo entonces, las dejé caer.


Unas han llevado el nombre de un amor. Otras, tienen cara de libro, de diploma o de edad. Todas, sin duda, parecían hermosas y prometedoras.


Pero están muertas; enterradas ahí, quién sabe dónde. ¿Las conociste alguna vez?