lunes, 1 de enero de 2024

De empezar ganando y terminar perdiendo

Hacía ya buen tiempo que no me sentaba a redactar la reseña del año. Dejé de hacerlo por una buena razón… tan buena que ni la recuerdo. 

Pero hoy creo que es momento de retomar esa costumbre. No es que a alguien le importe lo que hago con mi vida o cómo me siento al respecto, pero a mí me sirve para hacer un balance de lo vivido y (¿por qué no?) poner un poquito de ilusión en que mi experiencia le sirva a alguien que me lea. Algo largo pero lleno de mí.




2023 fue quizás el año más neutro que he vivido hace mucho. Mismo trabajo, mismas rutinas, mismos problemas, mismas alegrías. Sin embargo, fue un año de luchar. De luchar contra mi cabeza atribulada. Luchar por tener un bebé. Luchar por mantener el equilibrio. Luchar contra mis demonios, que sin la ayuda de mis medicaciones, son infinitamente más grandes, peligrosos y aterradores.


En medio de todo, había paz. Paz de estar en el lugar correcto, de hacer las cosas correctas y de que el propósito era más grande que las crisis, los dolores y los errores.


No terminó como esperaba. Sabía que el esfuerzo sería muy grande pero no sabía el precio que pagaría. Esto me puso enfrente una paradoja: el amor todo lo puede pero las personas se cansan de luchar.


Con esto último no quiero decir que el amor se acabe, pero las personas se cansan. Ese constante aguantar al cabo lastima, como el cántaro que tanto va al agua, que se rompe. El cántaro que se rompe se reemplaza por otro pero las personas rotas seguimos por ahí y desperdiciaremos todo aquello que nos pongan dentro.


Restauren lo que se pueda restaurar. Curen lo que se pueda curar. Sanen lo que se pueda sanar. Reconstruyan lo que se pueda reconstruir. Cambien lo que tengan que cambiar. Hablen lo que tengan que hablar. Perdonen lo que tengan que perdonar.


Porque las personas no son desechables. Que hoy se vayan de aquí no implica que desaparecerán: irán por el mundo rotas, dañadas y reproducirán eso en lo que se han convertido.


El amor puede más. Tal vez no siempre su lugar sea juntos, puede pasar. Pero el amor puede más. Les digo: si aman, no dejen ir, porque algunos nunca vuelven. Y si se van, que sea sin perdones qué pedir ni cosas por perdonar. Que el amor alcance hasta para decir adiós sin rencores.


Tuve muchas pérdidas este año, entre todo lo “normal” que pudo ser.

Las pruebas de embarazo negativas una y otra vez. Las bromas de la gente o las preguntas indiscretas de “¿para cuando la criatura?” O el terrible “ya estás algo grande, mejor apurate”. No saben lo duro que es recibir tales palabras después de otra rayita solitaria en la ventana del test. No lo hagan. Cállense la boca, sin importar la “confianza” que se tengan. No hagan ese daño.


Proyectos que no se dieron, trabajos que no salieron bien. La pelea diaria por controlar mis emociones sin ayuda, con todo lo que implica dejar las meds. Malas decisiones financieras que me cargaron. Saber que no alcanza lo bueno para bordear lo malo.


Pero llegó Gatherine Siobhan, a.k.a. Shishi, mi princesa inesperada, mi niña trastornada, la hermana que Pedro Raúl necesitaba para tener paz (irónicamente, porque yo ya me habría vuelto loca si fuera él). Mi pequeño milagro, que 8 meses después llena la casa con sus escándalos, carreras y ratones chillantes de Dollarcity.


Gané mucho. Gané amor propio. Gané la valentía de vestirme diferente hasta sentirme bien con mi cuerpo. Gané amigos. Gané la satisfacción de defender mis ideales y mis convicciones, a costa de amenazas, pero con la frente en alto y mucho orgullo. Gané que mi papá confiara y me respaldara en esas locuras, uniéndonos un poco más. Gané mucha conciencia de mí. Gané oportunidades para 2024. Gané millones de momentos felices, de amor y de electricidad de corazón a corazón, que quedan grabadas indelebles en mi alma y en mi memoria.


Regresé a mis meds apenas hace 4 días y el alivio que siento es tan inmenso que sólo puedo decirles a quienes han llegado al punto de aceptación: NUNCA DEJEN SUS MEDS.

Renunciar a un hijo es más doloroso de lo que pueden imaginar pero la paz de estar en control de mis emociones valdrá eventualmente ese precio tan caro. Y si los caminos de la vida y el destino me tienen deparada una sorpresa en ese aspecto, la recibiré con los brazos abiertos.


Estos últimos días de 2023 me dejaron una lección importantísima: la línea entre la responsabilidad y la culpa. Ni victimismo ni culpabilidad. Entender en su justa dimensión todo aquello que pudimos y debimos hacer mejor, sin abrazar injustamente más de lo que corresponde. Ese balance parece egoísta pero es necesario para mejorar como personas al tiempo que nos mantenemos en pie.


Del 2024 espero nada. De mí, espero mucho. Comenzar otra vez, como tantas otras veces, pero con más realismo y humildad en el corazón.