lunes, 27 de junio de 2011

La paciencia - Del vivir

La Paciencia, una virtud muy conocida en nuestros días; mencionada todo el tiempo, muy citada esta querida, pocas veces invitada y muchas menos, apreciada.
Esta señorita no es una fácil, se la gana con esfuerzo, dedicación, empeño y valor. No se la encuentra uno en cada esquina, cuesta verle en el vivir; aunque siempre es necesaria, no se digna la muchacha dársele a cualquiera.


Si ya sabe el caballero que a su dama ha de esperar, debería buscar primero a la Paciencia, compañera angelical, que bien le haría más llevadero el tiempo que ha de invertir por amor a esa mujer que se arregla para él con tanto esmero.
Han de saber las señoras que la Paciencia, con sus años, no ha perdido su belleza ni su esplendor. Se le quiere doquiera se le ha visto, deja siempre creada una necesidad. Es hermosa aun sin tanto adorno, porque su hermosura no radica en su exterior. Viene vestida como sea, harapienta un día, engalanada al otro; a pie o en moto, o cabalgando un brioso corcel.
Cuando hacemos filas eternas, ella se pasea entre nosotros, sonriendo cándidamente, esperando el llamado urgente de quien quiera hacer de ella su invitada de honor del momento. Dispuesta está, siempre, solamente es de saberla comprender. Ponerla en práctica es un honor, es un placer, que siempre deja un buen sabor.


De seguro hoy tendrás más de alguna oportunidad de saludarla; llámala que con gusto escuchará lo que tengas que contarle: quien te quiere sacar de quicio, quien no quiere comprender, quien parece que insiste en buscar lo peor de ti, quien no quiere darte vía, quien te moja los pies por transitar a gran velocidad, quien te hace esperar de más...


¡Vívela! No la busques sólo en otros, muéstrala tú. Ella es una princesa digna de ser lucida.


Hoy soy su anfitriona, no le quiero molestar. ¡Hasta pronto!

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