domingo, 30 de diciembre de 2018

De la importancia de saberse amar

Como ya es costumbre, en las últimas horas del año escribo una reseña que me ha servido de desahogo y "rayita en el marco de la puerta" para ver cuánto he crecido con el paso del tiempo.
Tirando barrio, lidiando contra
los trastornos alimentarios.
Y este año no será la excepción. A diferencia de los anteriores, éste me dejó una infinidad de cosas buenas. Logré ser la mejor versión de mí.

Empecé hecha pica-pica, con el corazón vuelto confeti, pero con hartas ansias de no repetir la historia de terror.
Luché día a día para quererme, para apreciarme más allá de lo que veía en el espejo y de lo que mi memoria me obligaba a oír, para valorarme y disfrutar mi presencia, de las cosas que me salen bien.
Me reté.

APRENDÍ A AMARME. Me disfruté mis viajes, las cenas que me preparé y las tardes de películas conmigo. Descubrí lo maravillosa que es mi compañía y me lo grabé en la mente para que nadie pueda convencerme de lo contrario. Me perdoné tantas cosas que me herían, dejé de culparme por esos desastres que permití y por los que provoqué. Solté. Dejé ir. Y me aferré a mí y a todo lo asombrosa que puedo ser.

ME ENCONTRÉ CON DIOS. Otra vez, como tantas veces. Después de tanto llanto y tanta crisis, me tocó. Me abrazó el corazón, me susurró al oído, me curó. Me llenó de paz, de esperanza. Me devolvió lo que me habían robado. Me reparó lo que habían dañado. Me amó, como siempre lo hace. Cumplió su promesa: sigue siendo fiel.

Oberalppass con los sureños. <3

TrdeIník en las calles de Praga,
con Luis, José y María Ester
(quién tomó la foto).
DESCUBRÍ LA VIDA. Aprendí a montar una motocicleta, a conocerla, a amarla, a disfrutarla, a vivir el camino. Subí el Passo Dello Stelvio. Me prendé de las carreteras francesas y de los incomparables pasos alpinos. Lloré a los pies del Mont Blanc. Me comí una currywurst con el nudo en la garganta que deja el Muro de Berlín. Me perdí en Montpellier. Vi el turquesa más hermoso que han visto mis ojos en el Mar Mediterráneo. Me prendé del rosa pastel de la fachada de un hotel en Karlovy Vary. Me sentí una reina en el pueblito celestial de Val d'Isère. Caminé por Chapultepec y vi la cama de la emperatriz Carlota. Comí tacos de pastor, de verdad. Conocí Miami. Besé a mi familia en Houston y supe que ahí no hay montañas (eso fue muy sad). 

Col du Galibier.


Berlín con Jose, Dani y Rubén.




















Tú.


ME ENAMORÉ. Cuando menos lo esperaba, de quien no me imaginaba, sin planificarlo así. Cuando me amé lo suficiente como para ser feliz sola, cuando sané el pasado que me había agobiado, cuando establecí mis límites de la mejor manera, cuando pensé que ahora nadie querría estar con una Mariale decidida a no recibir menos que lo que era capaz de darse a sí misma… entonces sucedió.







CONOCÍ A EMMA SOFÍA. Que la vida me alcance para verte crecer y darte todo el amor que siento por ti desde antes de saber que venías a este mundo.

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Estoy sumida en un cenote de deudas que me atosigan y me fastidian pero me he gozado cada centavo que me ha tocado pagar, llenándome el corazón y la mente de experiencias que no tienen precio. Empiezo el 2019 buscando trabajo pero desbordando amor, paz, fuerza interior y ganas de salir adelante.

Este año ha sido el mejor de mi vida y lo termino con todo el anhelo de hacer del 2019 uno incluso más espléndido.

Gracias a los amigos que han permanecido con los años y a los nuevos amigos que esta pasión del motociclismo me ha permitido hacer. Que nuestras huellas siempre vayan juntas, aunque nuestros caminos sean distintos. Todos tienen un lugar único en mi corazón y forman parte especial de mi vida.

Gracias, cariño mío, por la bendición que representas y la sonrisa que pintas en mi rostro desde que sale el sol. Te quiero.

Si el próximo diciembre puedo sentarme a hacer lo mismo, si Dios aún no ha decidido llamarme para compartir la eternidad con Él, ojalá sea tan brillante mi mirada como hoy. ¡Feliz Año Nuevo!





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