miércoles, 24 de julio de 2019

Del Viento del Norte, que me devolvió la vida

No encuentro las palabras exactas para describir mi primera moto. No sé si a cada motociclista le sucede lo mismo, si también hay una fibra del corazón que se puede tocar únicamente con el sentimiento que inspira esa experiencia inicial.

Cuando la adquirí, apenas manejaba bicicleta y de motos no sabía ni subirme a una. Pero ahí estaba yo, en la sala de ventas de PowerHouse, pidiendo una moto. No sabía de cilindrada, de peso, de potencia, de torque o de equipamiento. Ahí estaba, sin saber si podría o si me gustaría esa actividad. Sí, muy circunspecta, aunque lo más cerca que había estado de una moto eran los mensajeros que se pasan llevando los retrovisores en el tráfico.

Así fue como elegimos la CB500X. Una moto lo suficientemente grande para viajar pero lo suficientemente barata como para deshacerse de ella si no me gustaba el asunto. Dice mamá que papá dijo: "esa se va a ir a caer y nunca más va a subirse a una moto." Lejos estábamos todos de imaginar el giro que tomaría mi existencia a partir de esa primera cita: una cita a ciegas.

Se llama Bora, el viento del norte que sopla en el mar Adriático. Mi Bora llegó en un momento muy difícil para mí. Con cada ride recogía un poco de cenizas de mi corazón. Aprendí muchas cosas de la vida en el tiempo que pasé sobre ella. Los cientos de horas que rodé fueron terapéuticos y me dieron la oportunidad de meterme en lo más profundo de mi mente, para descubrir al final de cada viaje que ahora me conocía un poco más. Todos los amigos que sin ella no habría conocido ni con visacuotas los podría pagar. Podría envejecer numerando las cosas buenas que por ella he recibido.

Hoy la dejé ir. No puedo mentir, de camino a entregarla me cayeron unas cuantas lágrimas por las mejillas. Mi Bora, año y medio después, con todos los escombros de mi corazón hizo una cosa nueva, hermosa, fuerte. Deseo para ella una muy larga vida pero sobretodo que ahora haga feliz a alguien más como lo hizo conmigo.

Mientras escribo esto no estoy llorando, sólo se me metieron 20,000 km en los ojos y todo el agradecimiento a esa loca idea que se me plantó en la cabeza un 31 de diciembre. Gracias, Bora.
















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